Linda Vellianitis – lindavell@yahoo.com
Licenciada en Psicología – Gabinete Técnico de A.M.A.R – Arroyomolinos- Madrid
En principio quiero señalar que me voy a referir a niños y niñas inmersos en vínculos de violencia de género, es decir, niños/as expuestos a actos de violencia ejercido por la figura paterna, desde una posición de control y abuso de poder, contra la figura materna, quedando ésta relegada a una situación de subordinación y sometimiento, con riesgo para su integridad emocional y física y por lo tanto con riesgo para las criaturas. Este panorama se ha instalado y cronificado en el hogar.
Es importante señalar que un proceso así se va dando a lo largo del tiempo, siendo siempre la violencia psicológica la que se instala en un primer momento y comienza a socavar la capacidad de reacción de la mujer, a quien le genera gran sufrimiento darse cuenta de que aquel por quien ella creía sentirse amada, cuidada y protegida, se convirtió en su agresor. La perplejidad y el miedo la paralizan.
Se encuentra sola, porque su agresor se ha encargado de que fuera cortando lazos con amistades y/o familia, y, si aún conserva red familiar o social, no comenta lo que le pasa por vergüenza y por el estupor en el que se encuentra inmersa.
Este cuadro puede haberse configurado previo al nacimiento de los hijos, o a posteriori, pero, ha ido tiñendo las relaciones en la pareja, y en especial ha ido destrozando el mundo emocional de la mujer. Ella padece un intenso sufrimiento en el que predomina un estado de alerta permanente y una intensa angustia.
Los niños/as que han crecido en un ambiente de este tipo, han internalizado que no es un sitio seguro y, dentro de ese marco, en general se identifican con la situación de su madre, que es quien los cuida y trata de protegerlos.
Si son pequeños, poco pueden hacer para modificar la realidad que los rodea. Y cuando van creciendo, se van viendo contaminados por los mensajes descalificatorios de ese padre que debiera amarlos y cuidarlos pero que, en lugar de eso, los humilla y descalifica, y, además agrede a la persona que ellos más quieren y necesitan: la madre.
Cuando llegan a la adolescencia, si la madre no pudo accionar ningún tipo de denuncia aún, sus hijos la instan para que lo haga.
Si pensamos en el desarrollo evolutivo esperable para un niño/a, el mismo se debiera dar a partir del intercambio vincular con personas significativas para la criatura, o sea quienes los crían. En términos generales es en el seno de la familia donde se dan estos procesos de interacción y por lo tanto dentro de este marco se va dando el desarrollo psicoemocional del niño o niña.
Cada pequeño trae un bagaje fisiológico, que incluye su temperamento, y es en el intercambio con sus criadores donde irá configurándose su desarrollo psico afectivo y evolutivo en general. Esas experiencias de cuidado y contención debieran ir sentando las bases seguras para el desarrollo del niño/a, a partir de lo cual irá transitando su vida, viviendo nuevas experiencias tendientes a afianzar su autonomía para que, a futuro, pueda ir atravesando los procesos de separación y duelos en las sucesivas etapas que lo llevaran a su independencia como sujeto.
En el caso de los niños expuestos a situaciones de violencia de género, las etapas del desarrollo se han alterado. Se han visto interferidas, bloqueadas, a raíz del maltrato y la violencia ejercida por el padre.
El dolor, el sufrimiento y las humillaciones de aquel configuran lo cotidiano.
La violencia del padre contra su madre no les deja margen para sus propios procesos emocionales, viven en alerta constante por el clima tenso del hogar.
El hecho de presenciar que quien su padre ejerce violencia contra su madre sume a las criaturas en situaciones de angustia, pues empatizan con su mamá y no pueden hacer nada para protegerla.
Si son muy pequeños se angustian, no pueden entender lo que está pasando, y suelen hacer sintomatología de diversa índole. El panorama cotidiano en su hogar les genera mucho temor además de dolor e impotencia.
Estos niños han crecido en un hogar trasversalizado por la Violencia de Género, por lo que el riesgo y la incertidumbre es lo que se da a diario, impidiéndoles la configuración de un marco seguro para su desarrollo y crecimiento.
Oyen gritos, insultos, ruidos de golpes, ven marcas de las agresiones físicas en su madre, perciben el miedo y el estrés en la mirada y el rostro de aquella, quedan inmersos en el “ciclo de la violencia” (tensión creciente, estallido, arrepentimiento) con el riesgo que ello implica incluso para ellos.
Estas criaturas viven con miedo, y suelen presentar terrores nocturnos, sensación de desamparo; temen por sus vidas y por la de su madre.
Se instala un proceso traumático que va agotando los recursos psíquicos de las criaturas.
Su rendimiento escolar suele verse disminuido, pues presentan dificultades en el aprendizaje del lenguaje y el desarrollo verbal, tienen fallas en la atención, la percepción, la comprensión de consignas, les cuesta el proceso de la lecto escritura y el aprendizaje de la matemática, les cuesta estudiar lecciones por las dificultades que suelen tener a nivel de la comprensión de textos y de la atención, etc.
En lo emocional puede aparecer ansiedad, ira, angustia. Se les ve afectada la autoestima, suelen refugiarse en el aislamiento y pueden presentar trastornos del apego.
En la medida en que van creciendo es probable que aparezcan problemas de conducta, rabietas, enojos, hiperactividad, conductas autodestructivas, presentando en ocasiones escasas habilidades sociales, que los lleva al retraimiento, a la introversión, y a tener pocos amigos/as.
Estos niños pueden presentar trastornos alimentarios, trastornos en el sueño, regresiones, enfermedades y síntomas psicosomáticos (alergias, problemas dermatológicos, migraña, dificultades en el control de esfínteres: enuresis-encopresis, problemas en lo digestivo y en lo bronquial, etc.)
En la medida en que la mujer puede acceder a la toma de conciencia de su situación , pida ayuda y denuncie al violento, se llegará a la ruptura de la relación, lo cual marca un corte de la convivencia y por lo tanto de la violencia cotidiana.
En este sentido, es muy importante que ante un cuadro así, se preste mucha atención a la situación de la mujer y sus hijos por parte de las instituciones, (además de que se les ofrezca un espacio individual o grupal, coordinado por psicólogas, para su reforzamiento psicoemocional), pues es en esta etapa de la separación, cuando en ocasiones, aún habiendo órdenes de alejamiento vigentes, el hombre violento suele continuar el maltrato y la violencia hacia la mujer a través de sus hijos. Esto ubica nuevamente a la mujer y, en especial a los niños/as, en “riesgo” potencial y real.
Estoy describiendo a una madre que seguramente hizo todo lo que sus fuerzas le permitieron, y cree que al separase del agresor la situación mejorará, pero es probable que no sea así, la casuística muestra que el riesgo para ella y para sus hijos puede persistir, incluso agravarse.
Me refiero a la presencia de la Violencia Vicaria, una figura acuñada recientemente que describe las nuevas modalidades que han ido encontrando los maltratadores para seguir ejerciendo poder y control sobre la mujer, aún después de la convivencia, sumándose ahora “alto riesgo” para los hijos.
Por todo ello, más allá de las medidas de protección que se tomen, es importante que los niños/as sean incluidos en dispositivos de abordaje psicológico, donde puedan ponerle palabras a lo que van viviendo, teniendo en cuenta que, si desde las institución judicial se define que deben seguir en contacto con su padre luego del divorcio, puedan contar con esos espacios psicoterapéuticos para relatar lo que van viviendo en los encuentros con aquel, ya que , frecuentemente, suelen aparecer indicadores de este nuevo tipo de violencia.
Las madres van teniendo indicadores de que la violencia continúa, pero si lo plantean, no siempre son escuchadas o no es captada la magnitud del peligro potencial que intentan trasmitir.
Se trata de un tema muy sensible y considero que requiere ser tenido en cuenta, pero tratado con la cautela que merece y en el ámbito que corresponda.
En tal sentido, aporto esta data a modo de proponer abrir nuevos espacios de reflexión, tanto desde las organizaciones cuanto desde la justicia, a los efectos de que luego de ello, se tomen medidas que realmente sean de prevención y protección, dado que el porcentaje de riesgo letal para estos niños/as, es alto.
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